EL VOTO DEL
VOLCÁN
Nubes
espesas enturbian el día que adquiere cierto tono apocalíptico a medida que los
rayos del sol horadan el manto algodonado que lo cubre. Nada es lo que parece y
la mañana, apacible y radiante, se despereza poco a poco mientras la
temperatura comienza a aumentar paulatinamente, sin prisas.
Los hoteles donde
el todo incluido es una religión con fervientes seguidores despliegan sus armas
en rebosantes bufes que ofrecen un aquelarre alimenticio con sobrecarga
calórica, en una implícita apología a la bulimia de efectos trágicos para la anatomía
humana. Con una mochila repleta de víveres, que permitiría subsistir una semana
a una familia media, iniciamos el ascenso. El cielo cae sobre nuestras cabezas
y, mientras una fina cortina de lluvia horizontal refresca los vehículos,
atravesamos el mar de nubes, una sensación cósmica que nos traslada a otra
dimensión climática. Inexpertos participantes en un lanzamiento espacial
descubrimos otro mundo donde reina el pino canario, estamos entrando en los
dominios del Teide.
La
vegetación languidece hasta desaparecer, entre océanos de magma que hace
millones de años hicieron surgir las islas Canarias de las profundidades. Nos
enfrentamos a un paisaje abrumador, basto y salvaje por su sencillez angosta y
quebradiza belleza. Atónitos dirigimos la mirada a la cumbre que nos espera
impertérrita con una majestuosidad que asombra.
El ascenso
obligatoriamente lento recuerda la necesidad de aclimatarse a la altitud. 3.718
metros son muchos pasos, sólo subimos a pie poco más de 500, los últimos
mientras los efluvios de azufre recuerdan la asombrosa fuerza que se esconde en
las entrañas de la Tierra. Todo ese espectacular conjunto que la naturaleza ha
trabajado con paciencia durante vidas enteras peligra ante la aparición de una
amenaza de apariencia insignificante, una anécdota en la larga historia del
planeta pero que en sus pocos miles de años de existencia ha cambiado más
drástica y rápidamente la fisonomía del mundo que habita que cualquier otro
fenómeno anterior. El ser humano ha destruido bosques, ha arrancado montañas,
ha secado ríos y succiona cada día todos los recursos naturales que puede como
un parásito a su presa. Somos un huésped de paso que se ha quedado con la casa
en una frenética y suicida carrera llamada progreso, que se dirige hacía el
tejado mientras los cimientos de la vivienda se desmoronan devorados por la
marabunta de nuestra ambición desmedida.
Ahora debajo de unas islas erigidas
por la arquitectura de la lava el hombre quiere buscar petróleo. Unas
prospecciones de incierto riesgo y aprovechamiento dudoso para el conjunto de
la Humanidad, pero que seguro generarán pingües beneficios a corto plazo para
algunos especímenes del género más reciente del mundo animal. El gobierno
canario ha anunciado un referéndum para que el pueblo decida, para que vote sí
o no al permiso que permitiría agujerear el lecho marino en busca de los
dinosaurios descompuestos que forman el preciado y denso maná negro del siglo XX y, por ahora, del XXI.
Los humanos decidirán su futuro y con ellos el de las islas, pero nadie
pregunta al gran volcán qué opina. Ajeno a todo, el Teide guarda escondido su
voto en las entrañas. Probablemente, si por él fuera, se mostraría partidario de independizarse de los humanos para siempre. Algún día… hablará.